jueves, 22 de marzo de 2012

BARCELONA - Pati Manning






Artemisa Gentileschi





Artemisia Gentileschi, primogénita del maestro toscano de la pintura barroca Orazio Gentileschi, nació en Roma el 8 de julio de 1593. Tiempo de contrarreforma y de peste, de mecenas cultivados, de venenos papales y de dagas. Difícil ser pintora en una época como aquella. Pero Artemisia era una romana libre. Pasó una infancia feliz, siempre en los aledaños de la plaza de Spagna, hasta que en 1605, su madre, Prudenzia Montoni, murió en su séptimo parto a los 30 años. Artemisia tenía 12. En vez de ser virgen, esposa, religiosa o prostituta (los cuatro roles atribuidos a las mujeres de entonces), decidió ser artista. Como su padre. Como aquel genio salvaje llamado Caravaggio, cuya pintura, según dicen sus biógrafos, le volvía loca. 

La pagesa








La escultura de la fuente, pasada a bronce por el fundidor italiano Romolo Staccioli, establecido en Barcelona durante los primeros años del siglo XX, corresponde al original que realizó Eduard B. Alentorn, nacido en Falset (Priorat), que se formó en Barcelona, en el taller de los hermanos Agapit y Venanci Vallmitjana y en el de Andreu Aleu. Una faceta de su actividad, la que corresponde a la escultura monumental, puede admirarse en Barcelona, en las figuras de la fachada del Museo Martorell, del parque de la Ciutadella, y en algunas de las que están integradas en el monumento a Cristóbal Colón. Las esculturas que le fueron encargadas por el Ayuntamiento de Barcelona en diciembre de 1912 y que se completaron en 1915 debían tener un carácter bien distinto.
Una es la que da nombre a la Font de la Pagesa, o de la labradora, la cual incorpora a la iconografía monumental urbana una figura femenina, de pie y aislada, que debe de corresponder a la que protagoniza la conocida fábula de la lechera, frecuente en las diversas recopilaciones que se hicieron en los siglos XVIII y XIX y que fueron ampliamente popularizadas. El escultor la transcribió como una payesa acomodada, frecuente protagonista de la literatura y el teatro catalán de aquella época. Los recipientes volcados a sus pies, además de facilitar la identificación del tema, permiten dar más amplitud a la base de apoyo de la figura. Debe destacarse la esmerada transcripción que el artista realizó de los detalles de la indumentaria, que el espectador sólo podrá apreciar tras una atenta observación.
La policromía que permitiría darse cuenta de los detalles sería un buen complemento de esta escultura, que ilustra los criterios de respeto a la realidad que prevalecían durante aquellos años en nuestros ambientes barceloneses, y también de la atención puesta en las dimensiones y en la forma de la base, que se limita a resolver la necesaria función de apoyo de la escultura, con lo que se facilita la contemplación y se atiende la finalidad utilitaria de la fuente.


» Montserrat Blanch