martes, 26 de abril de 2011

Les arenes, Barcelona

TRIBUNA: Elecciones municipales PATRICIA GABANCHO

¿El Sony Center de Barcelona?

PATRICIA GABANCHO 25/04/2011 EL PAÍS
 
 
 
En un pedacito de calle que desemboca en Las Arenas hay dos tiendas salidas del tiempo, pequeñas, estrambóticas: una afina y alquila pianos y, en efecto, un piano gordo como una embarazada ocupa buena parte del local. Justo al lado el otro negocio se ocupa de vender esqueletos o huesos sueltos para el estudio de la anatomía o, quién sabe, para decorar escaparates y similares. ¿Cuántos años, o meses, sobrevivirán las dos tiendas a la expansión inevitable del comercio y la manduca turística que ahora se circunscribe al perímetro de la plaza de toros? La ciudad está cambiando y todo se aprovecha. Las Arenas: el recinto donde el Noi del Sucre, enfrentado a una multitud que minutos antes aullaba de rabia, les dijo a los suyos: "au, a la feina. Ya tenemos las ocho horas", dando así por cerrada la heroica huelga de la Canadenca. Ahora es un centro comercial, no pasa nada, el progreso es así.

      La noticia en otros webs

      El centro comercial es un invento americano para favorecer el consumo en sus ciudades
      Resulta curioso, sin embargo, un detalle. Richard Rogers, el artífice del proyecto, estuvo en Barcelona cuando el Fòrum -¿se acuerdan?, eso que iba a mover el mundo- y explicó que pretendía hacer levitar la estructura de Las Arenas para crear una enorme plaza practicable en el nivel cero. De hecho, la charla del arquitecto iba sobre la confluencia del espacio público y privado, de dentro y de fuera. Una plaza abierta, remarcó, infinita. Y en el momento oportuno se empezó a elevar la estructura con unas pilonas mecánicas, un prodigio la mar de complicado. Avisada de la inauguración de la cosa, me fui a ver la plaza, que no existe: la planta baja, a la que se accede por puertas bien señaladas, está llena de tiendas franquiciadas y encerrada por sus muros. Hacia afuera solo se abren las terrazas de los establecimientos de comer. Supongo que Rogers renunció a la idea inicial por las dificultades que tuvo su proyecto faraónico para financiarse, con la crisis que cayó justo en medio de todo.
      Por fuera el esqueleto tiene algo de pop industrial, por su mezcla de texturas, el hierro pintado, las pasarelas y el pirulí. A lo mejor viene de la probada elegancia de Alonso & Balaguer, socios catalanes del asunto constructivo. Alonso & Balaguer suelen hacer, entre otras cosas, gimnasios, y el centro acoge uno de lujo. Por dentro, a pesar del impacto de la cúpula, que pega más por el tamaño que por la estética, un centro comercial se parece a cualquier otro centro comercial. De acuerdo, está el museo del Rock del infatigable Jordi Tardà, con esos cabellos subastados de figuras ya periclitadas, que será un éxito, pero sigue siendo un centro comercial convencional. Estereotipado incluso en el público que circula por estos lugares como si buscaran oro, pero solo buscan pasar el tiempo. El ocio es parte del consumo y viceversa.
      El centro comercial es un invento americano para controlar, a favor del consumo, tres factores negativos: el clima, la inseguridad y la dependencia del coche del suburbio residencial. La solución fue juntarlo todo, desde el cine a la compra, en un mismo espacio: ahora ven a pasar el día. Barcelona es el contrario de todo esto y así, con buen criterio, el Ayuntamiento promueve los ejes comerciales como alternativa: calles pletóricas tanto de comercio como de gente. Precisamente, la vecina Carretera de Sants, que puso un preventivo grito en el cielo ante Las Arenas, suele estar tan llena que es difícil caminar si no se va al ritmo de la mayoría. ¿Para qué un centro comercial, entonces? Porque no había oferta mejor para la plaza de toros construida hace un siglo por August Font y, por tanto, patrimonio de la ciudad.
      ¿Por qué, sin embargo, Las Arenas no es el Sony Center de Barcelona? Por falta de inversión. Y de imaginación. Este centro, que organiza la Potsdamer Platz de Berlín, deja a propios y extraños con la boca abierta, aplaudiendo mentalmente. Justo lo contrario de Las Arenas. El Sony Center es una plaza de 4.000 metros cuadrados, cubierta como un invernadero, espectacular en el mejor sentido de la palabra y... sin comercios. Es un centro cultural inclinado a la tecnología en el cual reina una sola marca: la de Sony, como su nombre indica. Bien, que sirva de consuelo: Las Arenas permite vistas desde su cintura elevada.
      Patricia Gabancho es periodista

      viernes, 15 de abril de 2011

      Pastiche barcelonés

      Pastiche barcelonés

      La terraza de las Arenes tiene una virtud inesperada: servir de mirador de la Casa Fajol

      Artículos | 12/04/2011 - 00:33h
      Situémonos en la plaza de Espanya, esa tierra de nadie que nos recuerda el indisimulado desprecio con que Barcelona ha tratado siempre sus territorios limítrofes con otros municipios metropolitanos. Como si no hubiera sentido nunca la necesidad de mostrarle una cara atractiva y amable a l’Hospitalet, Badalona o Santa Coloma.

      Primero fue la plaza de las Arenes, con sus arcos de estilo neomudéjar, poco antes de que se levantara el recinto de la Exposición del 29 y los arrabales de Montjuïc acabaran convertidos en museo al aire libre. Un museo creado a partir de postales robadas, eso sí. Sobre todo, por lo que respecta a las torres que configuran el perfil de la zona: desde el campanario románico de Taradell y el mudéjar de Utebo, en el Poble Espanyol, hasta las torres venecianas de la plaza. Lo mejor de cada casa. Una década antes, se habían levantado ya las cuatro columnas jónicas de Puig i Cadafalch. Fue la primera pieza de un skyline que se completó con las cúpulas neoclásicas del Palau Nacional y con las menos definidas de los pabellones feriales.

      Esta antología imposible de la arquitectura de todos los tiempos permaneció durante décadas inalterada, hasta que a principios de los noventa compareció en lo más alto de la montaña la rupturista torre Calatrava. Luego siguieron los semirrascacielos de la calle de Tarragona y, hace unos meses, la recuperada columnata de Puig i Cadafalch. Ya no faltaba casi nadie.

      La última incorporación a este festival de grandes éxitos nos llega en forma de OVNI con coraza neomudéjar: las nuevas Arenes. Su interior, forrado de franquicias comerciales, no se diferencia mucho de otros centros de ocio de otras capitales de provincia. Pero la terraza sí aporta novedades.

      De entrada, nos permite contemplar el pastiche desde una perspectiva inédita. De las torres citadas, la más pudorosa, apenas visible, es el falso campanario de Taradell. Pero el resto del muestrario luce esplendoroso.

      La aportación de la terraza, si se nos permite la osadía, es la panorámica que nos ofrece de la mariposa gigante que corona la Casa Fajol, edificio modernista de la calle Llançà. La mariposa está construida a partir de un espléndido trencadís policromado que evoca el dragón del Park Güell. Mientras muchos visitantes del nuevo centro comercial se divierten fisgando en la piscina de un hotel cercano –desde ahora, el refugio menos indicado para parejas clandestinas– otros se sorprenden al descubrir este tesoro tan barcelonés que debemos al maestro Josep Graner i Prat. Esta es la parte positiva. La negativa, que el funcional edificio recién adosado a la antigua plaza de toros impide la visión del lepidóptero desde un buen tramo de calle.

      Emblema según los eruditos de la atracción inconsciente hacia lo luminoso, símbolo del renacer, la mariposa multicolor ya forma parte del centro comercial, que ha secuestrado su visión. Sólo queda esperar que, con tales atributos, la criatura impulse el resurgir de un consumo que no logra levantar cabeza.

      La Tate muestra al Miró sensible a las tragedias de su época

      La Tate muestra al Miró sensible a las tragedias de su época

      La exposición 'La Escalera de la Evasión', que enseña un realismo casi naïf, viajará después a Barcelona

      Cultura | 12/04/2011 -

      'Cabeza de campesino catalán' (1924) Joan Miró
      Londres. (EFE/Joaquín Rábago).- La galería Tate Modern acoge a partir del jueves una exposición dedicada a Joan Miró (1893-1983), el más abstracto y puro de los surrealistas, a quien muestra no sólo como un continuo experimentador sino también como un hombre sensible a la tragedia de la guerra civil y la dictadura españolas.
      La muestra, que ha sido coorganizada por la Fundación Joan Miró, de Barcelona, adonde viajará después de Londres, lleva el título de una de sus obras más emblemáticas, "La Escalera de la Evasión".
      A diferencia de la obra de muchos surrealistas, cuya retórica parece haber envejecido, la de Miró resulta, a la vista de las más de 150 obras reunidas, tan fresca como el primer día.
      La exposición, que podrá visitarse en Londres hasta el 11 de septiembre, traza un gran arco desde sus primeras pinturas, los paisajes de Mont-roig, de un realismo casi naïf, profundamente marcadas por la identificación con el terruño, hasta los grandes trípticos abstractos del final, pasando por la llamada Serie Barcelona y las poéticas Constelaciones.
      En esa primera etapa, que va desde 1917 hasta 1923, claramente influida por el aduanero Rousseau, el colorido de los fauves y el cubismo, están ya presentes muchos de los elementos que, oportunamente liberados, marcarán de una forma u otra toda su obra.
      En esas primeras creaciones se siente la tensión entre la tradición rural catalana y las presiones de la industrialización urbana. Como explica a Efe Marko Daniel, uno de los expertos de la Tate, la identidad catalana del artista es, sin embargo, un "proceso complejo", como lo demuestra su afirmación de que preferiría morirse de hambre en París que ahogarse en la atmósfera provinciana de la Barcelona de entonces.
      El "engrudo del realismo" que contribuye a la cohesión de muchos de los elementos presentes en esa primera etapa se disuelve muy pronto y esos detalles van cobrando vida propia en obras posteriores, señala Daniel.
      Así ocurre con las obras que tienen como motivo la cabeza de un campesino catalán, un payés, cuya figura arquetípica Miró reduce a un conjunto de signos: una cabeza triangular, unos flecos de barba y la barretina que facilita su identificación con Cataluña.
      O los misteriosos paisajes animados, de 1926-27, en los que se simplifican radicalmente las formas en enormes campos cromáticos, que hacen recordar otra afirmación del artista según la cual no tenia sentido dar mas importancia a una "montaña que a una hormiga".
      La feroz represión de la rebelión en Asturias y la supresión del estatuto catalán, que iba a dar paso a la guerra civil y a la posterior dictadura franquista, inspiran a Miró cuadros que reflejan una angustia y un dolor profundos con personajes guiñolescos que recuerdan el mundo del Ubu Roi de Alfred Jarry.
      Una obra fundamental creada en plena guerra civil es la titulada "Bodegón con Zapato Viejo", de la que el propio artista escribiría después que contiene todos los símbolos trágicos del período: una miserable hogaza, un zapato viejo, una manzana perforada por un tenedor y una botella que parece arder.
      Tras la derrota de la República y exiliado ya en Francia, Miró produce la llamada "Serie Barcelona", cincuenta litografías que representan a ogros, dictadores y a víctimas de la represión franquista, serie que cubre una de las paredes de la exposición.
      Siguen las Constelaciones, que completa en el primer semestre de 1940 antes de que la invasión alemana le obligue a regresar a España para iniciar una larga etapa de "exilio interior" en Mallorca, que durará hasta la muerte de Franco en 1975.
      Con todo, Miró viaja a Nueva York en 1947 y vuelve a visitar París al año siguiente, y comienza a crear esculturas a base de objetos encontrados, una de las conocidas prácticas surrealistas, de los que se muestran también algunos ejemplos en Londres.
      La Tate se enorgullece justamente de haber logrado reunir por primera vez cinco trípticos monumentales creados entre 1961 y 1974 por un Miró inspirado en los grandes formatos del expresionismo abstracto norteamericano y posibilitados por las dimensiones del estudio que creó para él en Palma de Mallorca Josep Lluis Sert.
      El intenso colorido de los titulados Azul I, II y III, de 1961, y los Murales I, II y III, contrasta con otros trípticos: "Pintura sobre Fondo Blanco para la Celda de un Solitario" o "La Esperanza de un Condenado" (1974, año de la ejecución del anarquista catalán Salvador Puig Antich), ambos de la Fundación Miró, cuya simplicidad de líneas parecen invitar a la meditación zen.
      La serenidad que transmiten esas pinturas está a millas de distancia de la rabia que desprenden las "telas quemadas" de finales de los sesenta -años de la revolución estudiantil europea y de protestas en España contra el régimen- o la fuerza explosiva del tríptico "Fuegos de Artificio", creado cuando el artista era ya octogenario.

      jueves, 14 de abril de 2011

      El Edificio 111, en Terrassa

      REPORTAJE: Diseño

      Un palacio de protección oficial

      El Edificio 111, en Terrassa, destaca por su inspiración florentina y disolver la frontera entre lo público y lo privado

      JOSÉ ÁNGEL MONTAÑÉS - Barcelona - 13/04/2011
      En la distancia, este enorme edificio de viviendas de protección oficial parece un palacio del siglo XXI. Su fachada de hormigón gris moldeado en bandas horizontales recuerda al almohadillado utilizado en edificios florentinos del Renacimiento como los palacios Pitti o Strozzi. Y no solo lo parece. Sus arquitectos, Ricardo Flores y Eva Prats, midieron in situ estos enormes sillares, sus curvaturas y sus salientes, para reproducir sus características y acabar dando forma a la fachada.
          El hormigón ondulado recuerda al almohadillado del Renacimiento
          Los balcones, como si fueran palcos, permiten observar el espacio común
          El aire palaciego sigue presente en la enorme puerta que da acceso al interior de la manzana y a la plaza por donde pasarán los vecinos camino de su vivienda. Allí se ha instalado una zona de juegos infantiles, bancos, una fuente y árboles con la intención de que el verde de los pinos del exterior se prolongue en el interior. "La plaza es el punto neurálgico del edificio ya que funciona como una habitación a cielo abierto. Dadas las dimensiones reducidas de las viviendas, se ha creado como una extensión de las casas con la intención de prolongarlas y disolver y hacer gradual la frontera entre lo público y lo privado", aseguran Flores y Prats. Para conseguirlo han hecho que las zonas principales de las 111 viviendas (de ahí el nombre del edificio), se vuelquen literalmente sobre la plaza por medio de terrazas y balcones que, a modo de palco -algunos parecen auténticos trampolines proyectados sobre el vacío-, permiten observar e interactuar con el espacio común, con el resto de vecinos y aumentar la colaboración entre ellos.
          "El edificio tiene también algo de palacio napolitano: una gran estructura que acaba subdivida en múltiples viviendas que coinciden en un patio central y donde no se sabe dónde comienza y dónde termina cada una de ellas", explica Flores.
          El interior de las viviendas, casi todas de forma y tamaño diferente y con una media de 68 metros cuadrados, se organizan entorno a un mueble de líneas quebradas que aglutina las principales tareas del hogar y todos los electrodomésticos. "Es un espacio abierto pensado para que las tareas se realicen a la vista de todos y así facilitar el reparto equitativo de las mismas", explica la arquitecta. Sólo el baño y la habitación principal son estancias cerradas, el resto es un sólo habitáculo pensado para que cada uno de los propietarios lo adecue a sus necesidades.
          El edificio cuenta con 111 plazas de aparcamiento, todas con luz natural, y cuatro viviendas a pie de calle que pueden funcionar como comercio o taller.
          Este singular edificio es uno de seis que encargó el urbanista Manuel de Solà-Morales para organizar un nuevo barrio al este de Terrassa, con la intención de actuar de límite y proteger la zona natural de esta zona de la ciudad. Solà-Morales invitó a los arquitectos Pep Llinás, Ignacio de Lecea, Enric Soria, Xavier Monteys, además de Flores y Prats, a diseñar un bloque de viviendas sociales junto a los que él mismo ha creado.
          El proceso de creación y de reflexión de este proyecto, ya realidad, de Flores y Prats protagoniza la exposición 111 Miradas Cruzadas. La dimensión social de la vivienda que organiza el Colegio de Arquitectos de Cataluña hasta el 12 de mayo. Entre planos y enormes fotografías de la fachada, la plaza comunitaria y las viviendas, destacan, a escala 1:1, el mueble que da forma a la cocina y uno de los moldes de poliestireno creado para modular el hormigón y que, sin duda, caracteriza a este nuevo edificio.
          Mientras, en Terrassa, ya han comenzado las visitas a las viviendas de los posibles propietarios e inquilinos que podrán disfrutar de este palacio contemporáneo a precios asequibles: 400 euros aproximadamente de alquiler con derecho a compra. Los arquitectos han podido comprobar que su obra no pasa indiferente y que lo mismo entusiasma como crea indiferencia. Hace unos días, cuenta Prats, se acercó un hombre de etnia gitana interesado. "No sé si es un hospital, un hotel o un restaurante de tres estrellas", dijo. Tras explicar la arquitecta la filosofía social que encerraban los muros de hormigón dijo complacido: "Felicite a su socio, es una gran obra".

          El Edificio 111

          Les Arenes

          CRÍTIQUES

          Mal aprofitat

          ARQUITECTURA

          XAVIER MONTEYS 14/04/2011
          E l centre comercial que ocupa l'antiga plaça de toros de Les Arenes ja ha obert les portes i mereix fer algunes observacions per la transcendència que ha tingut. La primera és sobre un tema recurrent en un cas com el que ens ocupa, però, potser des de l'òptica del segle que ens ha tocat viure i de l'experiència acumulada, té un enfocament més nítid. Es tracta de la qüestió del vell i el nou. Una qüestió present en aquests tipus d'edificis que sorgeixen de la suma de parts noves i existents. El temps des de l'inici de l'obra fins a l'acabament fa que la intervenció, després de la inauguració, ja resulti antiquada. Especialment la contraposició tòpica d'estructura d'acer i fàbrica de maó, de transparència i opacitat, de lleugeresa contra pes, o de tubs i màquines contra la façana neomudèjar. És una relació que ja fa temps que reclama una revisió i que la reforma de Les Arenes ha passat per alt. Aquestes intervencions parteixen, a més, del convenciment que cada època té un material i una tècnica, que han de substituir els anteriors en lloc de, com passa realment, sumar-se al moviment. És irrellevant que la reforma faci explícit que pertany a una època a través de la manera de la seva execució, perquè en realitat i per sobre de tot, "pertany" a un lloc.
              El pitjor de la reforma de la plaça de Les Arenes és el contrast entre la façana antiga i la tecnologia que amaga
              Com que tot el que afecta l'arquitectura es pot matisar, aquí ens trobem que la cúpula de la darrera planta és notable per la construcció en fusta, per la forma i la dimensió, però l'espai que li resten els bars i restaurants no li fan cap favor. El pas exterior mirador resulta atractiu pel públic, però les vistes no tenen interès llevat la de la font de la plaça, ara afligida per la torre exempta amb ascensor que sobra clarament en un plaça de torres com aquesta. Les escales mecàniques a l'interior són clares i aporten tranquil.litat en un lloc com aquest, però els pilars ramificats no convencen que siguin necessaris més enllà de l'impacte monumental. El millor de l'edifici és que és rodó, cosa heretada. El pitjor és el contrast entre la façana antiga i la tecnologia que amaga. L'edifici té massa elements constructius a la vista i abusa de la retòrica de l'articulació, que en dificulta la neteja i embruta l'edifici. La intervenció no aprofita realment l'antiga construcció, ni la completa i la ridiculitza. Aprofita el lloc, però no sap utilitzar el vell edifici per legitimar-ne la ubicació, només sembla que l'utilitzi publicitàriament. Aprofitar hauria de ser un art i aquest exemple pot passar a ser el paradigma del que no s'ha de fer, no ho hauríem de tolerar mai més.
              Un altre aspecte, més pròpiament barceloní i que aquesta reforma fa més evident, és com es tria un nou ús per a un edifici vell. Resulta oportú perquè els arquitectes servim per altres coses que per bastir, i es podria dir que servim per no bastir inútilment, cosa que cal tenir en compte quan ens trobem en un context bàsicament construït. Podem aconsellar amb coneixement sobre els usos més idonis per una construcció així. A la vista de l'exemple que ens ocupa, els arquitectes sembla que servim per aportar prestigi a la intervenció, però no pas per treure'n el millor profit per a la ciutat. No resulta extravagant que gairebé cap vell edifici es dediqui a fer habitatges? L'ús comercial resulta opinable. Omplim edificis amb franquícies iguals i restaurants de menjar prefabricat i dolent però exòtic, que és la manera que no es noti. Els resultarà ridícul, però quan vaig visitar el centre comercial m'havia deixat el bolígraf a l'escola d'arquitectura i vaig voler comprar-me'n un per prendre unes notes. Doncs bé, no vaig poder, perquè en tot el centre comercial no vaig trobar una botiga que en venguessin i vaig haver de sortir al carrer a cercar-lo. Són aquests els centres comercials de la "millor botiga del món"?

              La pintura de Joan Miró inunda la Tate Modern

              Pirotecnia colorista, rebelión sin fin

              La pintura de Joan Miró inunda la Tate Modern, en una retrospectiva que analiza la evolución del artista y su compromiso ético - La muestra alberga más de 150 obras

              PATRICIA TUBELLA - Londres - 13/04/2011
               
               
               
              La escalera, ese elemento recurrente en la obra de Joan Miró (1893-1982), permite al artista conectar lo terrenal y concreto con un universo personal de abstracción, habitado por una imaginería fantástica de símbolos y vivos colores. La escalera de la evasión, un cuadro que pintó en 1940, desde su exilio en una Francia atenazada por el avance de las tropas alemanas, también puede expresar la necesidad de escape ante una oscura realidad social y política. Enmarcada bajo ese título, la primera gran retrospectiva que Londres dedica al artista en medio siglo propone indagar tanto en las claves artísticas de un genio icónico de la pintura moderna como en su compromiso frente a uno de los periodos más turbulentos de la historia de Europa.
              Organizada por la Tate Modern en colaboración con la Fundació Joan Miró de Barcelona, la exposición se abrirá mañana al público con un impresionante despliegue de 150 pinturas, dibujos y esculturas que recorren la evolución de sus rasgos formales e inspiraciones temáticas. También sus diferentes grados de compromiso, desde los carteles que realizó en apoyo de la República española, su exilio interior bajo la dictadura franquista y la agresividad de sus obras tardías cuando el régimen ya se revelaba moribundo.
              En los primeros años 20, este barcelonés que se vio arrastrado a París por las nuevas tendencias en el mundo del arte busca destilar las esencias de su identidad catalana con una pintura simbólica, evocadora y detallista en La masía (1921-22), obra que le inspira la casa de sus padres en el campo de Tarragona.
              La influencia de los surrealistas en la capital francesa y sus fuertes lazos con poetas como Paul Éluard tienen su reflejo en piezas como Paisaje catalán (1923-24) y la secuencia Cabeza de payés catalán (1924-25), que la exposición de la Tate Modern ha logrado reunir casi al completo.
              Los acontecimientos de la siguiente década, con el estallido de la guerra civil y la eclosión de los totalitarismos en Europa, precipitan el regreso hacia un realismo con ribetes dramáticos. En Naturaleza muerta con zapato viejo, objetos mundanos como un tenedor clavado en una manzana, un currusco de pan y la botella que expande una luz nocturna y agobiante sobre la superficie del lienzo se tornan en "símbolos trágicos de ese periodo, aunque yo entonces no lo supiera", reconocerá Miró años después.
              Ese iconoclasta bodegón data del mismo 1937 en que el artista firmó El segador (Payés catalán en revuelta) para el pabellón español de la Exposición Universal de París. Más de 70 años después, la muestra de la Tate debe conformarse con presentar una enorme fotografía de Miró en plena ejecución de aquella pieza, porque se trata de una obra perdida. Se exhibió en la capital francesa, en plena conflagración bélica en España, junto al Guernica de Picasso, su mentor de la primera etapa parisiense (le llevaba 12 años) y un amigo hasta la muerte del artista malagueño en 1972.
              Miró ejerció luego ese mismo papel de brújula parisiense con el más joven Salvador Dalí, pero sus posicionamientos tan distantes en los consiguientes años acabaron conduciendo a la ruptura.
              Miró protagoniza entonces alineamientos tan nítidos políticamente como Aidez l'Espagne (Ayudad a España), pero son sus reacciones más íntimas y perturbadoras, expresadas en las célebres Constelaciones de 1940, las que subrayarán para la posteridad su condición de gigante del arte. En mayo de aquel mismo año, se llevó desde Normandía los rollos de esos lienzos bajo el brazo en su huida de la bota nazi hacia España. Si Picasso proclamó que no regresaría a su tierra natal hasta la muerte de Franco, Miró optó por encerrarse en un estudio de Palma de Mallorca (tierra de su madre), mientras su nombre, casi invisible en el panorama artístico español, ganaba talla en el ámbito internacional como exponente de la abstracción de la posguerra.
              Eludió todas las tentativas de acercamiento por parte de las autoridades franquistas y, ya en su condición de septuagenario, se vio arrastrado por el espíritu de rebelión que marcó el final de la década de los 60. El Miró que captura esa atmósfera en obras como Mayo 1968 llegó a prender fuego a sus Lienzos quemados, que hoy aparecen suspendidos en la Tate Modern como lo estuvieran en su primera exhibición en el París de 1974. Un año antes había caracterizado los últimos coletazos de la dictadura con La esperanza del condenado a muerte (1973), dedicada al anarquista Salvador Puig-Antich, fusilado por el régimen.
              Uno de los logros de la exposición que, después de Londres, recalará en su territorio natural de Barcelona (octubre) y en la National Gallery of Art de Washington (2012), es la refutación de que la obra del artista pierde fuerza en sus años tardíos, defiende Teresa Montaner, conservadora de la Fundació Joan Miró. Los cinco trípticos a gran escala que, por primera vez, reúne la Tate, le dan la razón. En ellos está el Miró político, el expresionista abstracto y el maestro de la pirotecnia colorista, artífice de eufóricas explosiones de pintura.