viernes, 15 de abril de 2011

Pastiche barcelonés

Pastiche barcelonés

La terraza de las Arenes tiene una virtud inesperada: servir de mirador de la Casa Fajol

Artículos | 12/04/2011 - 00:33h
Situémonos en la plaza de Espanya, esa tierra de nadie que nos recuerda el indisimulado desprecio con que Barcelona ha tratado siempre sus territorios limítrofes con otros municipios metropolitanos. Como si no hubiera sentido nunca la necesidad de mostrarle una cara atractiva y amable a l’Hospitalet, Badalona o Santa Coloma.

Primero fue la plaza de las Arenes, con sus arcos de estilo neomudéjar, poco antes de que se levantara el recinto de la Exposición del 29 y los arrabales de Montjuïc acabaran convertidos en museo al aire libre. Un museo creado a partir de postales robadas, eso sí. Sobre todo, por lo que respecta a las torres que configuran el perfil de la zona: desde el campanario románico de Taradell y el mudéjar de Utebo, en el Poble Espanyol, hasta las torres venecianas de la plaza. Lo mejor de cada casa. Una década antes, se habían levantado ya las cuatro columnas jónicas de Puig i Cadafalch. Fue la primera pieza de un skyline que se completó con las cúpulas neoclásicas del Palau Nacional y con las menos definidas de los pabellones feriales.

Esta antología imposible de la arquitectura de todos los tiempos permaneció durante décadas inalterada, hasta que a principios de los noventa compareció en lo más alto de la montaña la rupturista torre Calatrava. Luego siguieron los semirrascacielos de la calle de Tarragona y, hace unos meses, la recuperada columnata de Puig i Cadafalch. Ya no faltaba casi nadie.

La última incorporación a este festival de grandes éxitos nos llega en forma de OVNI con coraza neomudéjar: las nuevas Arenes. Su interior, forrado de franquicias comerciales, no se diferencia mucho de otros centros de ocio de otras capitales de provincia. Pero la terraza sí aporta novedades.

De entrada, nos permite contemplar el pastiche desde una perspectiva inédita. De las torres citadas, la más pudorosa, apenas visible, es el falso campanario de Taradell. Pero el resto del muestrario luce esplendoroso.

La aportación de la terraza, si se nos permite la osadía, es la panorámica que nos ofrece de la mariposa gigante que corona la Casa Fajol, edificio modernista de la calle Llançà. La mariposa está construida a partir de un espléndido trencadís policromado que evoca el dragón del Park Güell. Mientras muchos visitantes del nuevo centro comercial se divierten fisgando en la piscina de un hotel cercano –desde ahora, el refugio menos indicado para parejas clandestinas– otros se sorprenden al descubrir este tesoro tan barcelonés que debemos al maestro Josep Graner i Prat. Esta es la parte positiva. La negativa, que el funcional edificio recién adosado a la antigua plaza de toros impide la visión del lepidóptero desde un buen tramo de calle.

Emblema según los eruditos de la atracción inconsciente hacia lo luminoso, símbolo del renacer, la mariposa multicolor ya forma parte del centro comercial, que ha secuestrado su visión. Sólo queda esperar que, con tales atributos, la criatura impulse el resurgir de un consumo que no logra levantar cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario