jueves, 31 de mayo de 2012
sábado, 26 de mayo de 2012
Ernest Kichner (El País 25.5.2012)
La fidelidad eterna a las artes primitivas y el zarpazo fauvista quedaron incrustadas para siempre en el imaginario salvaje de Ernst Ludwig Kirchner (Aschaffenburg, Alemania, 1880-Frauenkirch, Suiza, 1938). El artista pintó su obra Dos mujeres en aguamanil (Las hermanas)en 1913, en Berlín, en plena efervescencia expresionista: todo un símbolo. Vestidas de rosa y verde furioso, el contorno de sus repintajeados rostros está marcado en negro. El naranja, en cambio, marca los límites de las manos. El cuadro es toda una explosión de color de un prototipo de mujeres de la calle que el pintor integrante del grupo Die Brücke (El puente) retrató profusamente durante los años (desde 1911 hasta 1915) que trabajó en Berlín; un período en el que las entrañas de la ciudad alimentaron su creatividad.
Es el tiempo en el que la mano atormentada de Kirchner pinta paisajes periféricos, artistas de variedades, circos, prostitutas desnudas... La inquietante atmósfera de la Alemania de preguerra sobrevuela acentuando el contraste con el espectacular crecimiento que entonces experimentan la industria y la burguesía.
Pero la obra que Kirchner realizó a lo largo de 35 años de incesante trabajo no se limita a su etapa expresionista[PUENTE]. Y ahora, su auténtica dimensión como artífice de la modernidad del siglo XX se muestra por primera vez en España en la exposición antológica que, hasta el 2 de septiembre, se puede visitar en la Fundación Mapfre. Nada menos que 153 obras, entre óleos, papeles y esculturas prestadas por 26 museos (el Kirchner Museum de Davos es el más generoso en el préstamo) y numerosas colecciones privadas. De manera paralela, una selección de 35 fotografías muestra las escenas reales a partir de las cuales desarrollaba su obra.
Karin Schick, responsable del museo de Davos, es también la comisaria de esta exposición producida por Mapfre y que va a coincidir en el tiempo con Edward Hopper (Fundación Thyssen) y Rafael (Museo del Prado), en lo que supone una triple oferta artística de alto voltaje en Madrid. Repartidas en dos salas y ordenadas cronológicamente, las obras que conforman este conjunto son una exhibición frontal del tormento vital de Kirchner, reflejado fielmente en su obra. El tiempo que sigue a la disolución de Die Brücke es el de unos días en los que la vida desordenada y de entrega al alcohol y las drogas empieza a pasarle factura. La Gran Guerra le sumerge de forma drástica en su primera gran crisis nerviosa. Empieza un largo calvario por sanatorios psiquiátricos en los que Kirchner continúa pintando sin parar.
Itinerario vital
El grupo Die Brücke, del que formó parte Kirchner, es una de las primeras expresiones de vanguardia del siglo XX. Su meta: innovar, experimentar y protestar contra todo academicismo. Die Brücke (El puente), como Der Blaue Reiter (El jinete azul) señala el fin de una época del arte.
Con la I Guerra Mundial, Kirchner fue movilizado. Al volver de la guerra sufrió un accidente. Optó por la tranquilidad de Davos (Suiza), donde siguió pintando. En 1937, en plena ascensión del nazismo, se le llamó “artista degenerado”. Su situación empeoró y se suicidó en 1938.
Con la I Guerra Mundial, Kirchner fue movilizado. Al volver de la guerra sufrió un accidente. Optó por la tranquilidad de Davos (Suiza), donde siguió pintando. En 1937, en plena ascensión del nazismo, se le llamó “artista degenerado”. Su situación empeoró y se suicidó en 1938.
A Davos (Suiza) llega en 1917 y encuentra lo que sería lo más parecido a un hogar. Sigue con sus escenas clásicas y empieza a adentrarse en las escenas campesinas, un mundo hasta entonces muy ajeno a él. Pero las gargantas de los valles, las montañas, los animales... le hacen retomar el gusto infinito por el color junto a los trazos enmarañados de sus composiciones: un combate sin tregua. Kirchner contornea en negro los desbordantes azules, violetas y verdes de los paisajes alpinos. Sus sombras de aire presiden cada composición.
En 1938, con 58 años cumplidos, contempla con angustia el avance del nazismo. La anexión de Austria por parte de Alemania le hace temer que ocurra lo mismo con Suiza. Para entonces, Hitler se ha incautado de 639 obras calificadas de “arte degenerado”. En esos momentos convulsos, el artista destruye una gran parte de su obra. En la mañana del 15 de julio, decide acabar con todo. Coge su pistola y se pega un tiro. Kirchner está enterrado junto a los bosques que inspiraron gran parte de su obra.
jueves, 24 de mayo de 2012
Albert Pla , concert a la Plaça del Rei
viernes, 18 de mayo de 2012
jueves, 17 de mayo de 2012
MVM VI (Rosa Regás)
Aquella pelirroja
MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN 7 ENE 1994
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Casada, madre, fabuladora, pellirroja... pasó por la Universidad de Barcelona del comienzo de los sesenta como una fuerza de la naturaleza sin equivalencia posible en la escala de Richter. Luego fue una de las ninfas constantes de la llamada gauche divine, en la que alguna vez habría que hacer un censo de los divinos y los gauchistas. Aprendió el oficio de editora a la sombra de Carlos Barral, en aquella Seix y Barral imprescindible para la supervivencia, y aún llegó a tiempo de codearse con los intelectuales que habían hecho posible el milagro editorial más liberador del franquismo: Petit, los hermanos Ferrater, Gil de Biedma, Castellet... Tras la marcha de Barral, Rosa asumió la condición de editora y ahí queda La Gaya Ciencia con su respaldo a los que dejábamos de ser prometedores y a los que lo eran, como Marías, Azúa, Savater, según el consejo de Juan Benet, que encontró una fórmula para expresar, mediante el título de un compendio de cuentos, la capitanía de la editora pelirroja: Subrosa.Las excesivas expectativas de la transición animaron a Rosa Regàs a ir a por el gran público mediante una ambiciosa programación de libros de formación política, para la que nos convocó a los que sabíamos algo, aunque fuera poco. Y ahí quedan como una reliquia de la ingenuidad didáctica los Documents sobre la historia ocultada de la Cataluña contemporánea o aquellos breviarios en los que Solé Tura, por ejemplo, se responsabilizaba de explicar qué era el comunismo y yo el imperialismo, hoy aparentes cadáveres más o menos exquisitos que gozan de diversa salud. Mejor la del imperialismo que la del comunismo.
Con el cierre de La Gaya Ciencia nace otra Rosa Regás, En todos los sentidos de la palabra. Es como si hubieran terminado sus años de aprendizaje, aquella ávida curiosidad hacia lo exterior y los otros, y comenzara un proceso de ensimismamiento reforzado por la lejanía. Ejerce de traductora de organismos internacionales y eso le permite distancia distanciarnos, distanciarse y encontrar en los baúles llenos de curiosidades acumuladas el don de la escritura que había recibido de propicios compañeros de lecturas y viajes. Nos sorprendió con una irreverente visión de Ginebra, sólo degustable del todo para los que apreciamos los caprichos de la retina de Rosa, y a continuación con una excelente primera novela, Memoria de Almator, en la línea de una literaturización anglosajona del perpetuo desajuste entre el yo y su experiencia; no en balde la estética literaria de Rosa Regás hay que vincularla con el aprendizaje a la sombra de las grandes figuras literarias de la Escuela de Barcelona y de las grandes escritoras inglesas que van de la Mansfield a Doris Lessing. Y ahora gana el Nadal con una novela, Azul,en la que se cuenta la huida hacia adelante de dos parejas, que como toda huida hacia adelante conduce a la melancólica victoria de la memoria sobre el deseo. El Nadal. Rosa Regàs. Aquella casada, madre de familia, fabuladora, pelirroja... sobre todo, aquella fabuladora pelirroja
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viernes, 11 de mayo de 2012
Gabriel Garcia Marquez
precioso cuento de Gabriel Garcia Marquez, habla de profecias autocumplidas, muy adecuado para nuestros dias
Algo muy grave va a suceder en este pueblo
[Cuento contado: Texto completo]
Gabriel García Márquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre:
-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
Entonces le dice su madre:
-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
jueves, 10 de mayo de 2012
MVM V
Continuemos con Manolo, y su visión del Cobi, El País, 18/3/1988
El alma de un perro atropellado en una autopista de peaje
Jamás perro alguno fue tan esperado. Unos lo aguardaban para morderle; otros, para que mordiera, y el animalito ha llegado sin dentadura, sin esqueleto, ni siquiera tiene estatura de perro, ni siquiera es un perro: yo creo que es el alma de un perro atropellado en una autopista de peaje. Tiene el hocico hacia el oeste, cada pata por su lado y unos ojos obligados a la mirada plana por culpa de los neumáticos de un vehicle longue, probablemente holandés o alemán, los camiones más pesados que he visto nunca. Por las autopistas se ven perros de Mariscal a cientos, y si éste tiene apariencia de vida es porque ha dejado de ser perro y es en realidad el alma de un perro atropellado en una autopista de peaje que subió a los cielos y está sentado a la diestra del olímpico dios de Olimpia esperando la resurrección de la carne de perro para 1992.No ignoro el empeño de los semiólogos por encontrar un código secreto en esta morfología radicalmente despanzurrada, ni el de los sociólogos para establecer cálculos sobre los cambios del talante épico de los españoles, que hace 50 años se plasmaba en los toros de Picasso y ahora en los perros de Mariscal. Cuando una raza con tantaFiesta de la Raza como la nuestra sustituye el toro totémico por el perro totémico es que la historia se le ha descafeinado y los sociólogos se ponen las botas y las monografías con estas cosas, porque de lo contrario no serían sociólogos ni serían nada, o simplemente serían sociólogos atropellados en una autopista de peaje. El toro era el símbolo de la potencia y la fogosidad, y gracias a Minotauro alcanzó el empleo vitalicio de guardián del laberinto. Todos los sky-lines de España están llenos de toros borrachos de coñás oscuros y algo pegajosos, fortaleciendo la intuición y memoria de nuestro laberinto. En cambio, el perro ha tenido muy triste mitología, asociado a la idea de guía del hombre en su viaje a los infiernos, nunca a los cielos, y el islamismo lo ha convertido en el símbolo de la gula y la necrofagia, por eso están tan mal tratados los perros en los países fundamentalistas islámicos, por ejemplo España.
Si los semiólogos tienen materia para devanarse los sesos y los signos y los sociólogos deben sacarse todas las sociologías de la bragueta, los filósofos pueden amenazarnos con una ponencia sobre la relación de contrarios que hay entre el perro de Mariscal y La ben plantada, de Eugenio d'Ors, aprovechando la celebración del centenario de aquel inteligentísimo cantamañanas, y Jordi Solé Tura, el Antonio das Mortes del pujolismo, un día de éstos nos va a recordar que nadie ha visto nunca a Jordi Pujol acariciando a un perro, ni siquiera a un perro pastor pirenaico catalán, prueba evidente de que no se preocupa por las faunas de la Cataluña deprimida. Pero me temo que si los semiólogos, los sociólogos, los filósofos y los políticos le buscan los tres pies a este perro, van a quedarse desvertebrados y planos, atropellados en una autopista de peaje por la ironía de Mariscal.
Sé que puedo herir a lectores sensibles, y por tanto propongo a todo lector que se tenga por tal que abandone este artículo de opinión y se vaya a leer páginas menos arbitrarias. Para los que no lo sepan, he de empezar informando que la palabra llufa (pedo) en catalán es el continente del contenido fétido de la ventosidad, pero también un monigote de papel que los niños clavan con alfileres a ser posible en el trasero de los peatones el día de los Santos Inocentes. Pues bien, el perro de Mariscal es el alma de un perro atropellado en una autopista convertida en llufa clavada en el culo de la España del V Centenario y de los Juegos de 1992. La simple idea me entusiasma, y propongo que este perro emblemático no sólo aparezca en los soportes publicitarios convencionales, sino que también se haga una edición especial demascotas-llufa y que todo participante olímpico, lleve la antorcha o encienda con la antorcha un Cohiba en la tribuna presidencial, se clave el monigote en el trasero y lo pasee con el orgullo contracultural debido a las antimascotas. Y por extensión, y como contribución mediterránea a los fastos atlantistas del V Centenario, que también los descubridores y los descubiertos que participen en el sarao sevillano tengan a su alcance la tenencia y disfrute de este relativizador emblema lúdico.
Sólo Mariscal y los ángeles que cada día sobrevuelan las autopistas de la España moderna podrían ratificar esta repentina iluminación que se ha apoderado de mí y me ha desvelado la verdadera naturaleza del emblema. No les pido que me den la razón, sino simplemente que con su silencio avalen la inclusión de mi interpretación en el coro de las interpretaciones, y si requiere desdén, la atribuyan a ese mestizaje que me caracteriza, que me connota y, en definitiva, me disculpa como un inocente cultural que no es semiólogo, ni sociólogo, ni filósofo, ni político, sino un simple cazador de sospechas atropellado en una autopista de peaje por el vehic1e longue de la posmodernidad.
Distraído por mis propias digresiones, olvidaba transcribir el motivo de este artículo de opinión. Opino. A mí la mascota me gusta porque me recuerda a todos los perros que se me han muerto y me infunde la esperanza de que algún día resucitarán por obra y gracia de la perezosa misericordia del dios de los perros.
Xavier Rodés -Sala Pares
Interesante exposición, hiperrealismo, playas y costas desiertas, sensación de soledad
http://www.salapares.com/
http://www.salapares.com/
sábado, 5 de mayo de 2012
Julio Cortazar II
BESTIARIO, Julio Cortazar
Entre la última cucharada de arroz con leche -poca canela, una lástima- y los besos antes de subir a acostarse, llamó la campanilla en la pieza del teléfono e Isabel se quedó remoloneando hasta que Inés vino de atender y dijo algo al oído de su madre. Se miraron entre ellas y después las dos a Isabel, que pensó en la jaula rota y las cuentas de dividir y un poco en la rabia de misia Lucera por tocarle el timbre a la vuelta de la escuela. No estaba tan inquieta, su madre e Inés miraban como más allá de ellas, casi tomándola como pretexto; pero la miraban.
-A mí, créeme que no me gusta que vaya -dijo Inés-. No tanto por el tigre, después de todo cuidan bien ese aspecto. Pero la casa tan triste, y ese chico sólo para jugar con ella...
-A mí tampoco me gusta -dijo la madre, e Isabel supo como desde un tobogán que la mandarían a lo de Funes a pasar el verano. Se tiró en la noticia, en la enorme ola verde, lo de Funes, lo de Funes, claro que la mandaban. No les gustaba pero convenía. Bronquios delicados, Mar del Plata carísima, difícil manejarse con una chica consentida, boba, conducta regular con lo buena que es la señorita Tania, sueño inquieto y juguetes por todos lados, preguntas, botones, rodillas sucias. Sintió miedo, delicia, olor de sauces y la u de Funes se le mezclaba con el arroz con leche, tan tarde y a dormir, ya mismo a la cama.
Acostada, sin luz, llena de besos y miradas tristes de Inés y su madre, no bien decididas pero ya decididas del todo a mandarla. Antevivía la llegada en break, el primer ayuno, la alegría de Nino cazador de cucarachas, Nino sapo, Nino pescado (un recuerdo de tres años atrás, Nino mostrándole unas figuritas puestas con engrudo en un álbum, y diciéndole grave : "Este es un sapo y éste un pes-ca-do"). Ahora Nino en el parque esperándola con la red de mariposas, y las manos blandas de Rema -las vio que nacían de la oscuridad, estaba con los ojos abiertos y en vez de las cara de Nino zás las manos de Rema, la menor de los Funes. "Tía Rema me quiere tanto", y los ojos de Nino se hacían grandes y mojados, otra vez vio a Nino desgajarse flotando en el aire confuso del dormitorio, mirándola contento. Nino pescado. Se durmió queriendo que la semana pasara esa misma noche, y las despedidas, el viaje en tren, la legua en break, el portón, los eucaliptos del camino de entrada. Antes de dormirse tuvo un momento de horror cuando pensó que podía estar soñando. Estirándose de golpe dio con los pies en los barrotes de bronce, le dolieron a través de las colchas, y en el comedor grande se oía hablar a su madre y a Inés, equipaje, ver al médico por lo de la erupciones, aceite de bacalao y hamamelis virgínica. No era un sueño, no era un sueño.
No era un sueño. La llevaron a Constitución una mañana ventosa, con banderitas en los puestos ambulantes de la plaza, torta en el Tren Mixto y gran entrada en el andén. Número catorce. La besaron tanto entre Inés y su madre que le quedó la cara como caminada, blanda y oliendo a rouge y polvo rachel de Coty., húmeda alrededor de la boca, un asco que el viento le sacó de un manotazo. No tenía miedo de viajar sola porque era una chica grande, con nada menos que veinte pesos en la cartera, Compañía Sansinena de Carnes Congeladas metiéndose por la ventanilla con un olor dulzón, el Riachuelo amarillo e Isabel repuesta ya del llanto forzado, contenta, muerta de miedo, activa en el ejercicio pleno de su asiento, su ventanilla, viajera casi única en un pedazo de coche donde se podía probar todos los lugares y verse en los espejitos. Pensó una o dos veces en su madre, en Inés -ya estarían en el 97, saliendo de Constitución-, leyó prohibido fumar, prohibido escupir, capacidad 42 pasajeros sentados, pasaban por Banfield a toda carrera, ¡vuuuúm! campo más campo más campo mezclado con el gusto del milkibar y las pastilla de mentol. Inés le había aconsejado que fuera tejiendo la mañanita de lana verde, de manera que Isabel la llevaba en lo más escondido de su maletín, pobre Inés con cada idea tan pava.
En la estación le vino un poco de miedo, porque si el break... Pero estaba Ahí, con don Nicanor florido y respetuoso, niña de aquí y niña de allá, si el viaje bueno, si doña Elisa siempre guapa, claro que había llovido -Oh andar del break, vaivén para traerle el entero acuario de su anterior venida a los Horneros. Todo más a menudo, más de cristal y rosa, sin el tigre entonces, con don Nicanor menso canoso, apenas tres años atrás, Nino un sapo, Nino un pescado, y las manos de Rema que daban deseos de llorar y sentirlas eternamente contra su cabeza, en una caricia casi de muerte y de vainillas con crema, las dos mejores cosas de la vida.
Le dieron un cuarto arriba, entero para ella, lindísimo. Un cuarto para grande (idea de Nino, todo rulos negros y ojos, bonito en su mono azul; claro que de tarde Luis lo hacía vestir muy bien, de gris pizarra con corbata colorada) dentro de otro cuarto chiquito con un cardenal enorme y salvaje. El baño quedaba a dos puertas (pero internas, de modo que se podía ir sin averiguar antes dónde estaba el tigre), lleno de canillas y metales, aunque a Isabel no la engañaban fácil y ya en el baño se notaba bien el campo, las cosas no eran tan perfectas como en un baño de ciudad. Olía a viejo, la segunda mañana encontró un bicho de humedad paseando por el lavabo. Lo tocó apenas, se hizo una bolita temerosa, perdió pie y se fue por el agujero gorboteante.
Querida mamá tomo la pluma para - Comían en el comedor de cristales, donde se estaba más fresco. El Nene se quejaba a cada momento del calor, Luis no decía nada pero poco a poco se le veía brotar el agua en la frente y la barba. Solamente Rema estaba tranquila, pasaba los platos despacio y siempre como si la comida fuera de cumpleaños, un poco solemne y emocionante. (Isabel aprendía en secreto su manera de trinchar, de dirigir a las sirvientitas). Luis casi siempre leía, los puños en las sienes y el libro apoyado en un sifón. Rema le tocaba el brazo antes de pasarle el plato, y a veces el Nene lo interrumpía y lo llamaba filósofo. A Isabel le dolía que Luis fuera filósofo, no por eso sino por el Nene tenía pretexto para burlarse y decírselo.
Comían así: Luis en la cabecera, Rema y Nino en un lado, el Nene e Isabel del otro, de manera que había un grande en la punta y a los lados un chico y un grande. Cuando Nino quería decirle algo de veras le daba con el zapato en la canilla. Una vez Isabel gritó y el Nene se puso furioso y le dijo malcriada. Rema se quedó mirándola, hasta que Isabel se consoló en su mirada y la sopa juliana.
Mamita, antes de ir a comer es como en todos los otros momentos, hay que fijarse si - Casi siempre era Rema la que iba a ver si se podía pasar al comedor de cristales. Al segundo día vino al living grande y les dijo que esperaran. Pasó un rato largo hasta que un peón avisó que el tigre estaba en el jardín de los tréboles, entonces Rema tomó a los chicos de la mano y entraron todos a comer. Esta mañana las papas estuvieron resecas, aunque solamente el Nene y Nino protestaron.
Vos me dijiste que no debo andar haciendo - Porque Rema parecía detener, con su tersa bondad, toda pregunta. Estaba tan bien que no era necesario preocuparse por lo de las piezas. Una casa grandísima, y en el pero de los casos había que no entrar en una habitación; nunca más de una, de modo que no importaba. A los dos días Isabel se habituó igual que Nino. Jugaban de la mañana a la noche en el bosque de sauces, y si no se en el bosque de sauces le quedaba el jardín de los tréboles, el parque de las hamacas y las costra del arroyo. En la casa era lo mismo, tenían sus dormitorios, el corredor del medio, la biblioteca de abajo (salvo un jueves en que no se pudo ir ala biblioteca) y el comedor de cristales. Al estudio de Luis no iban porque Luis leía todo el tiempo, a veces llamaba a su hijo y le daba libros con figuras; pero Nino los sacaba de ahí, se iban a mirarlos al living o al jardín del frente. No entraban nunca en el estudio del Nene porque tenían miedo de sus rabias. Rema les dijo que era mejor así, se los dijo como advirtiéndoles; ellos ya sabían leer en sus silencios.
Al fin y al cabo era una vida triste. Isabel se preguntó una noche por qué los Funes la habrían invitado a veranear. Le faltó edad para comprender que no era por ella sino por Nino, un juguete estival para alegrar a Nino. Sólo alcanzaba a advertir la casa triste, que Rema estaba como cansada, que apenas llovía y las cosas tenían, sin embargo, algo de húmedo y abandonado. Después de unos días se habituó al orden de la casa, a la no difícil disciplina de aquel verano en Los Horneros. Nino empezaba a comprender el microscopio que le regalara Luis, pasaron una semana espléndida criando bichos en una batea con agua estancada y hojas de cala, poniendo gotas en la placa de vidrio para mirar los microbios. "Son larvas de mosquito, con ese microscopio no van a ver microbios", les decía Luis desde su sonrisa un poco quemada y lejana. Ellos no podían creer que ese rebullente horror no fuese un microbio. Rema les trajo un caleidoscopio que guardaba en su armario, pero siempre les gustó más descubrir microbios y numerarles las patas. Isabel llevaba una libreta con los apuntes de los experimentos, combinaba la biología con la química y la preparación de un botiquín. Hicieron el botiquín en el cuarto de Nino, después de requisar la casa para proveerse de cosas. Isabel se lo dijo a Luis: "Queremos de todo: cosas". Luis les dio pastillas de Andreu, algodón rosado, un tubo de ensayo. El Nene, una bolsa de goma y un frasco de píldoras verdes con la etiqueta raspada. Rema fue a ver el botiquín, leyó el inventario en la libreta, y les dijo que estaban aprendiendo cosas útiles. A ella o a Nino (que siempre se excitaba y quería lucirse delante de Rema) se le ocurrió montar un herbario. Como esta mañana se podía ir al jardín de los tréboles, anduvieron sacando muestras y a la noche tenían el piso de sus dormitorios lleno de hojas y flores sobre papeles, casi no quedaba donde pisar. Antes de dormirse, Isabel apuntó: "Hoja número 74: verde, forma de corazón, con pintitas marrones". La fastidiaba un poco que casi todas las hojas fueran verdes, casi todas lisas, casi todas lanceoladas.
El día que salieron a cazar las hormigas, vio a los peones de la estancia. Al capataz y al mayordomo los conocía bien porque iban con las noticias a la casa. Pero estos otros peones, más jóvenes, estaban ahí del lado de los galpones con un aire de siesta, bostezando a ratos y mirando jugar a los niños. Uno le dijo a Nino: "Pa que vaj a juntar tó esos bichos", y le dió con dos dedos en la cabeza, entre los rulos. Isabel hubiera querido que Nino se enojara, que demostrase ser el hijo del patrón. Ya estaba con la botella hirviendo de hormigas y en la costa del arroyo dieron con un enorme cascarudo y lo tiraron también adentro para ver. La idea del formicario la habían sacado del Tesoro de la Juventud, y Luis les prestó un largo y profundo cofre de cristal.. Cuando se iban, llevándolo entre los dos, Isabel le oyó decirle a Rema: "Mejor que se estén así quietos en casa". También le pareció que Rema suspiraba. Se acordó antes dormirse, a la hora de las caras en la oscuridad, lo vio otra vez al Nene saliendo a fumar al porche, delgado y canturreando, a Rema que le levaba el café y él que tomaba la taza equivocándose, tan torpe que apretó los dedos de Rema al tomar la taza, Isabel había visto desde el comedor que Rema tiraba la mano atrás y el Nene salvaba apenas la taza de caerse, y se reían con la confusión. Mejor hormigas negras que coloradas: más grandes, más feroces. Soltar después un montón de coloradas, seguir la guerra detrás del vidrio, bien seguros. Salvo que no se pelearan. Dos hormigueros, uno en cada esquina de la caja de vidrio. Se consolarían estudiando las distintas costumbres, con una libreta especial para cada clase de hormigas. Pero casi seguro que se pelearían, guerra sin cuartel para mirar por los vidrios, y una sola libreta.
A Rema no le gustaba espiarlos, a veces pasaba delante de los dormitorios y los veía con los formicarios al lado de la ventana, apasionados e importantes. Nino era especial para señalar en seguida las nuevas galerías, e Isabel ampliaba el plano trazado con tinta a doble página. Por consejo de Luis terminaron aceptando hormigas negras solamente, y el formicario ya era enorme, las hormigas parecían furiosas y trabajaban hasta la noche, cavando y removiendo con mil órdenes y evoluciones, avisado frotar de antenas y patas, repentinos arranques de furor o vehemencia, concentraciones y desbandes sin causa visible. Isabel ya no sabía que apuntar, dejó poco a poco la libreta, dejó poco a poco la libreta y se pasaban estudiando y olvidándose los descubrimientos. Nino empezaba a querer volver al jardín, aludía a las hamacas y a los petisos. Isabel lo despreciaba un poco. El formicario valía más que todo Los Horneros, y a ella le encantaba pensar que las hormigas iban y venían sin miedo a ningún tigre, a veces le daba por imaginarse un tigrecito chico como una goma de borrar, rondando las galerías del formicario; tal vez por eso los desbandes, las concentraciones. Y le gustaba repetir el mundo grande en el de cristal, ahora que se sentía un poco presa, ahora que estaba prohibido bajar al comedor hasta que Rema les avisara.
Acercó la nariz a uno de los libros, de pronto atenta porque le gustaba que la consideraran; oyó a Rema detenerse en la puerta, callar, mirarla. Esas cosas las oía con tan nítida claridad cuando era Rema.
-¿Por qué así sola?
-Nino se fue a las hamacas. Me parece que ésta debe ser una reina, es grandísima.
El delantal de Rema se reflejaba en el vidrio. Isabel le vio una mano levemente alzada, con el reflejo en el vidrio parecía como si estuviera dentro del formicario, de pronto pensó en la misma mano dándole la taza de café al Nene, pero ahora eran las hormigas que le andaban por los dedos, las hormigas en vez de la taza y la mano del Nene apretándole las yemas.
-Saque la mano, Rema -pidió.
-¿La mano?
-Ahora está bien. El reflejo asusta a las hormigas.
-Ah. Ya se puede bajar al comedor.
-Después. ¿El Nene está enojado con usted, Rema?
La mano pasó sobre el vidrio como un pájaro por una ventana. A Isabel le pareció que las hormigas se espantaban de veras, que huían de reflejo. Ahora ya no se veía nada, Rema se había ido, andaba por el corredor como escapando de algo. Isabel sintió miedo de su pregunta, un miedo sordo y sin sentido, quizá no de la pregunta como se verla irse así a Rema, del vidrio otra vez límpido donde las galerías desembocaban y se torcían como crispados dedos dentro de la tierra.
Una tarde hubo siesta, sandía, pelota a paleta en la red que miraba al arroyo, y Nino estuvo espléndido sacando tiros que parecían perdidos y subiéndose al techo por la glicina para desenganchar la pelota metida entre dos tejas. Vino un peoncito del lado de los sauces y los acompañó a jugar, pero era lerdo y se le iban los tiros. Isabel olía hojas de aguaribay y en un momento, al devolver con un revés una pelota insidiosa que Nino le mandaba baja, sintió como muy adentro la felicidad del verano. Por primera vez entendía su presencia en Los Horneros, las vacaciones, Nino. Pensó en el formicario, allá arriba, y era una cosa muerta y rezumante, un horror de patas buscando salir, un aire vaciado y venenoso. Golpeó la pelota con rabia, con alegría, cortó un tallo de aguaribay con los dientes y lo escupió asqueada, feliz, por fin de veras bajo el sol del campo.
Los vidrios cayeron como granizo. Era en el estudio del Nene. Lo vieron asomarse en mangas de camisa, con los anchos anteojos negros.
-¡Mocosos de porquería!
El peoncito escapaba. Nino se puso al lado de Isabel, ella lo sintió temblar con el mismo viento que los sauces.
-Fue sin querer, tío.
-De veras, Nene, fué sin querer.
Ya no estaba.
Le había pedido a Rema que se llevara el formicario y Rema se lo prometió. Después charlando mientras la ayudaba a colgar su ropa y a ponerse el piyama, se olvidaron. Isabel sintió la cercanía de las hormigas cuando Rema le apagó la luz y se fue por el corredor a darle las buenas noches a Nino todavía lloroso y dolido, pero no se animó a llamarla de nuevo, Rema hubiera pensado que era una chiquilina. Se propuso dormir en seguida, y se desveló como nunca. Cuando fue el momento de las caras en la oscuridad, vio a su madre y a Inés mirándose con un sonriente aire de cómplices y poniéndose unos guantes de fosforescente amarillo. Vio a Nino llorando, a su madre y a Inés con los guantes que ahora eran gorros violeta que les giraban y giraban en la cabeza, a Nino con ojos enormes y huecos -tal vez por haber llorado tanto- y previó que ahora vería a Rema y a Luis, deseaba verlos y no al Nene, pero vio al Nene sin los anteojos, con la misma cara contraída que tenía cuando empezó a pegarle a Nino y Nino se iba echando atrás hasta quedar contra la pared y lo miraba como esperando que eso concluyera, y el Nene volvía a cruzarle la cara con un bofetón suelto y blando que sonaba a mojado, hasta que Rema se puso delante y él se rió con la cara casi tocando la de Rema, y entonces se oyó volver a Luis y decir desde lejos que ya podían ir al comedor de adentro. Todo tan rápido, todo porque Nino estaba ahí y Rema vino a decirles que no se movieran del living hasta que Luis verificara en qué pieza estaba el tigre, y se quedó con ellos mirándolos jugar a las damas. Nino ganaba y Rema lo elogió, entonces Nino se puso tan contento que le pasó los brazos por el talle y quiso besarla. Rema se había inclinado, riéndose, y Nino la besaba en los ojos y la nariz, los dos se reían y también Isabel, estaban tan contentos jugando así. No vieron acercarse al Nene, cuando estuvo al lado arrancó a Nino de un tirón, le dijo algo del pelotazo al vidrio de su cuarto y le empezó a pegar, miraba a Rema cuando pegaba, parecía furioso contra Rema y ella lo desafió un momento con los ojos, Isabel asustada la vio que lo encaraba y se ponía delante para proteger a Nino. Toda la cena fue un disimulo, una mentira, Luis creía que Nino lloraba por un porrazo, el nene miraba a Rema como mandándola que se callara, Isabel lo veía ahora con la boca dura y hermosa, de labios rojísimos; en la tiniebla los labios eran todavía más escarlata, se le veía un brillo de dientes naciendo apenas. De los dientes salió una nube esponjosa, un triángulo verde, Isabel parpadeaba para borrar las imágenes y otra vez salieron Inés y su madre con guantes amarillos; las miró un momento y pensó en el formicario: eso estaba ahí y no se veía; los guantes amarillos no estaban y ella los veía en cambio como a pleno sol. Le pareció casi curioso, no podía hacer salir el formicario, más bien lo alcanzaba como un peso, un pedazo de espacio denso y vivo. Tanto lo sintió que se puso a buscar los fósforos, la vela de noche. El formicario saltó de la nada envuelto en penumbra oscilante. Isabel se acercaba llevando la vela. Pobres hormigas, iban a creer que era el sol que salía. Cuando pudo mirar uno de los lados, tuvo miedo; en plena oscuridad las hormigas habían estado trabajando. Las vio ir y venir, bullentes, en un silencio tan visible, tan palpable. Trabajan allí adentro, como si no hubieran perdido todavía la esperanza de salir.
Casi siempre era el capataz el que avisaba de los movimientos del tigre; Luis le tenía la mayor confianza y como se pasaba casi todo el día trabajando en su estudio, no salía nunca no dejaba moverse a los que venían del piso alto hasta que don Roberto mandaba su informe. Pero también tenían que confiar entre ellos. Rema, ocupada en los quehaceres de adentro, sabía bien lo que pasaba en la planta alta y arriba. Otras veces nada, pero sin don Roberto los encontraba afuera les marcaba el paradero del tigre y ellos volvían a avisar. A Nino le creían todo, a Isabel menos porque era nueva y podía equivocarse. Después, como andaba siempre con Nino pegado a sus polleras, terminaron creyéndole lo mismo. Eso, de mañana y tarde; por la noche era el Nene quien salía a verificar si los perros estaban atados o sin no habían quedado rescoldo cerca de las casas. Isabel vio que llevaba el revólver y a veces un bastón con puño de plata.
A Rema no quería preguntarle porque Rema parecía encontrar en eso algo tan obvio y necesario; preguntarle hubiera sido pasar por tonta, y ella cuidaba su orgullo delante de otra mujer. Nino era fácil, hablaba y refería. Todo tan claro y evidente cuando él lo explicaba. Sólo por la noche, si quería repetirse esa claridad y esa evidencia, Isabel se deba cuenta de que la razones importantes continuaban faltando. Aprendió pronto lo que de veras importaba: verificar previamente si de veras se podía salir de la casa o bajar al comedor de cristales, al estudio de Luis, a la biblioteca. "Hay que fiar en don Roberto", había dicho Rema. También en ella y en Nino. A Luis no le preguntaba porque pocas veces sabía. Al Nene que sabía siempre, no le preguntó jamás. Y así todo era fácil, la vida se organizaba para Isabel con algunas obligaciones más del lado de los movimientos, y en algunas menos del lado de la ropa , de las comidas, la hora de dormir. Un veraneo de veras, como debería ser el año entero.
... verte pronto. Ellos están bien. Con Nino tenemos un formicario y jugamos y llevamos un herbario muy grande. Rema te manda beso, está bien. Yo la encuentro triste, lo mismo a Luis que es muy bueno. Yo creo que Luis tiene algo, y eso que estudia tanto. Rema me dio unos pañuelos de colores preciosos, a Inés le van a gustar. Mamá esto es lindo y yo me divierto con Nino y don Roberto, es el capataz y nos dice cuando podemos salir y adónde, una tarde casi se equivoca y nos manda a la costa del arroyo, en eso vino un peón a decir que no, vieras qué afligido estaba don Roberto y después Rema, lo alcanzó a Nino y lo estuvo besando, y a mí me apretó tanto. Luis anduvo diciendo que la casa no era para chicos, y Nino le preguntó quiénes eran los chicos y se rieron, hasta el Nene se reía. Don Roberto es el capataz.
Si vinieras a buscarme te quedarías unos días y podrías estar con Rema y alegrarla. Yo creo que ella...
Pero decirle a su madre que Rema lloraba de noche, que la había oído llorar pasando por el corredor a pasos titubeantes, pararse en la puerta de Nino, seguir, bajar la escalera (se estaría secando los ojos) y la voz de Luis, lejana: "¿Qué tenés Rema? ¿No estás bien?", un silencio, toda la casa como una inmensa oreja, después de un murmullo y otra vez la voz de Luis: "Es un miserable, un miserable...", casi como comprobando fríamente un hecho, una filiación, tal vez un destino.
...está un poco enferma, le haría bien que vinieras y las acompañaras. Tengo que mostrarte el herbario y unas piedras del arroyo que me trajeron los peones. Decile a Inés...
Era una noche como le gustaba a ella, con bichos, humedad, pan recalentado y flan de sémola con pasas de corinto. Todo el tiempo ladraban los perros sobre las costa del arroyo, un mamboretá enorme se plantó de un vuelo en el mantel y Nino fue a buscar una lupa, lo taparon con un vaso ancho y lo hicieron rabiar para que mostrase los colores de las alas.
-Tirá ese bicho -pidió Rema-. Les tengo un asco.
-Es un buen ejemplar -admitió Luis-. Miren como sigue mi mano con los ojos. El único insecto que gira la cabeza.
-Qué maldita noche- dijo el Nene detrás de su diario. Isabel hubiera querido decapitar al mamboretá , darle un tijeretazo y ver qué pasaba.
-Déjalo dentro del vaso -pidió a Nino-. Mañana lo podríamos meter en el formicario y estudiarlo.
El calor subía, a las diez y media no se respiraba. Los chicos se quedaron con Rema en el comedir de adentro, los hombres estaban en sus estudios. Nino fue el primero en decir que tenía sueño.
-Subí solo, yo voy después de verte. Arriba está todo bien. -y Rema lo ceñía por la cintura, con un gesto que a él le gustaba tanto.
-¿Nos contás un cuento, tía Rema? -
Otra noche.
Se quedaron solas, con el mamboretá que las miraba. Vino Luis a darles las buenas noches, murmuró algo sobre la hora en que los chicos debían irse a la cama, Rema les sonrió al besarlo.
-Oso gruñón- dijo, e Isabel inclinada sobre el vaso del mamboretá pensó que nunca había visto a Rema besando al Nene y a un mamboretá de un verde tan verde. Le movía un poco el vaso y el mamboretá rabiaba. Rema se acercó para pedirle que fuera a dormir.
-Tirá ese bicho, es horrible.
-Mañana, Rema.
Le pidió que subiera a darle las buenas noches. El Nene tenía entornada la puerta de su estudio y estaba paseándose en mangas de camisa, con el cuello suelto. Le silbó al pasar.
- Me voy a dormir, Nene.
- Oíme: decíle a Rema que me haga una limonada bien fresca y me la traiga aquí. Después subís no más a tu cuarto.
Claro que iba a subir a su cuarto, no veía por qué tenía él que mandárselo. Volvió al comedor para decirle a Rema, vio que vacilaba.
-No subás todavía. Voy a hacer la limonada y se la llevás vos misma.
-El dijo que ...
- Por favor. Isabel se sentó al lado de la mesa. Por favor. Había nubes de bichos girando bajo la lámpara de carburo, se hubiera quedando horas mirando la nada y repitiendo: Por favor, por favor. Rema, Rema. Cuánto la quería, y esa voz de tristeza sin fondo, sin razón posible, la voz de la tristeza. Por favor. Rema, Rema... Un calor de fiebre le ganaba la cara, un deseo de tirarse a los pies de Rema, de dejarse llevar en los brazos por Rema, una voluntad de morirse mirándola y que Rema le tuviera lástima, le pasara finos dedos frescos por el pelo, por los párpados...
Ahora le alcanzaba una jarra verde llena de limones partidos y hielo.
-Llevásela...
-Rema ...
Le pareció que temblaba, que se ponía de espaldas a la mesa para que ella no le viese los ojos.
-Ya tiré el mamboretá, Rema.
Se duerme mal con el calor pegajoso y tanto zumbar de mosquitos. Dos veces estuvo a punto de levantarse, salir al corredor o ir al baño a mojarse las muñecas y la cara. Pero oía andar a alguien, abajo, alguien se paseaba de un lado al otro del comedor, llegaba al pie de la escalera, volvía... No eran los pasos oscuros y espaciados de Luis, no era el andar de Rema. Cuánto calor tenía esa noche el Nene, cómo se habría bebido a sorbos la limonada. Isabel lo veía bebiendo de la jarra, las manos sosteniendo la jarra verde con rodajas amarillas oscilando en el agua bajo la lámpara; pero a la vez estaba segura de que el Nene no había bebido la limonada, que estaba aún mirando la jarra que ella le llevara hasta le mesa como alguien que mora una perversidad infinita. No quería pensar en la sonrisa del Nene, su hasta la puerta como para asomarse al comedor, su retorno lento.
-Ella tenía que traérmela. A vos te dije que subieras a tu cuarto.
Y no ocurrírsele más que una respuesta tan idiota:
-Está bien fresca, Nene.
Y la jarra verde como el mamboretá.
Nino se levantó el primero y le propuso ir a buscar caracoles al arroyo. Isabel casi no había dormido, recordaba salones con flores, campanillas, corredores de clínica, hermanas de caridad, termómetros en bocales con bicloruro, imágenes de primera comunión, Inés, la bicicleta rota, el tren Mixto, el disfraz de gitana de los ocho años. Entre todo eso, como delgado aire entre hojas de álbum, se veía despierta, pensando en tantas cosas que no eran flores, campanillas, corredores de clínica. Se levantó de mala gana, se lavó duramente las orejas. Nino dijo que eran las diez y que el tigre estaba en la sala del piano, de modo que podía irse en seguida al arroyo. Bajaron juntos, saludando apenas a Luis y al Nene que leían con las puertas abiertas. Los caracoles quedaban en la costa sobre los trigales. Nino anduvo quejándose de la distracción de Isabel, la trató de mala compañera y de que no ayudaba a formar la colección. Ella lo veía de repente tan chico, tan un muchachito entre sus caracoles y su hojas.
Volvió la primera, cuando en la casa izaban la bandera para el almuerzo. Don Roberto venía de inspeccionar e Isabel le preguntó como siempre. Ya Nino se acercaba despacio, cargando la caja de los caracoles y los rastrillos, Isabel lo ayudó a dejar los rastrillos en el porch y entraron juntos. Rema estaba ahí, blanca y callada. Nino le puso un caracol azul en la mano.
-Para vos, el más lindo.
El Nene ya comía, con el diario al lado, a Isabel le quedaba apenas sitio para apoyar el brazo. Luis vino el último de su cuarto, contento como siempre a mediodía. Comieron, Nino hablaba de los caracoles, los huevos de caracoles en las cañas, la colección por tamaños o colores. Él los mataría solo, porque a Isabel le daba pena, los pondría a secar contra una chapa de cinc. Después vino el café y Luis los miró con la pregunta usual, entonces Isabel se levantó la primera para buscar a don Roberto, aunque don Roberto ya le había dicho antes. Dio vuelta al porch y cuando entró otra vez, Rema y Nino tenían las cabezas juntas sobre los caracoles, estaban como en una fotografía de familia, solamente Luis la miró y ella dijo: "Está en el estudio del Nene", se quedó viendo como el Nene alzaba los hombros, fastidiado, y Rema que tocaba un caracol con la punta del dedo, tan delicadamente que también su dedo tenía algo de caracol. Después Rema se levantó para ir a buscar más azúcar, e Isabel fue detrás de ella charlando hasta que volvieron riendo por una broma que habían cambiado en la antecocina. Como a Luis le faltaba tabaco y mandó a Nino a su estudio, Isabel lo desafió a que encontraba primero los cigarrillos y salieron juntos. Ganó Nino, volvieron corriendo y empujándose, casi chocan con el Nene que se iba a leer el diario a la biblioteca, quejándose por no poder usar su estudio. Isabel se acercó a mirar los caracoles, y Luis esperando que le encendiera como siempre el cigarrillo la vio perdida, estudiando los caracoles que empezaban despacio a asomar y moverse, mirando de pronto a Rema, pero saliéndose de ella como una ráfaga, y obsesionada por los caracoles, tanto que no se movió al primer alarido del Nene, todos corrían ya y ella estaba sobre los caracoles como si no oyera el grito ahogado del Nene, los golpes de Luis en la puerta de la biblioteca, don Roberto que entraba con perros, y Luis repitiendo: "¡Pero si estaba en el estudio de él! ¡Ella dijo que estaba en el estudio de él!", inclinada sobre los caracoles esbeltos como dedos, quizá como los dedos de Rema, o era la mano de Rema que le tomaba el hombro, le hacía alzar la cabeza para mirarla, para estarla mirando una eternidad, rota por su llanto feroz contra la pollera de Rema, su alterada alegría, y Rema pasándole la mano por el pelo, calmándola con un suave apretar de dedos y un murmullo contra su oído, un balbucear como de gratitud, de innombrable aquiescencia.
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