martes, 1 de mayo de 2012

Cristina Peri Rossi

LE SOMMEIL, DE GUSTAVE COURBET





Si el amor fuera una obra de arte 
yaceríamos todavía desnudas y dormidas 
la pierna sobre el muslo 
la cabeza sobre le hombro -nido- 
resplandecientes y sensuales 
como en Le sommeil de Courbet 
cuya belleza contemplanos extasiadas 
una tarde, en Barcelona 
("Salimos de una cama para entrar en otra",
dijiste).


No hubiéramos despertado nunca 
ajenas al paso del tiempo
al transcurso de los días y de las noches 
en un presente permanente 
de tiempo paralizado 
y espacio cristalizado. 


Quise vivir en el cuadro 
quise vivir en el arte 
donde no hay fugacidad 
ni tránsito. 


Pero se trataba sólo del amor 
no del cuadro de Courbet 
de modo que despertamos 
y era el ruido de la ciudad 
y era el reclamo de la realidad 
los crueles menesteres
-las pequeñeces de las que habló Darío-.


Se trataba sólo de amor 
no del cuadro de Courbet 
de modo que despertamos 
y eran los teléfonos las facturas 
los recibos de la luz la lista del mercado 
especialmente era lo fútil, 
lo frágil, transitorio, 
lo banal, lo cotidiano 
eran los miedos las enfermedades 
las cuentas de los bancos 
los aniversarios de los parientes. 


Dejamos solas
abandonadas a las bellas durmientes 
de Courbet


solas 
abandonadas en el museo 
en las reproducciones de los libros. 


Se trataba sólo de amor 
es decir, de lo efímero, 
eso que el arte siempre excluye.

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